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o tempo de uma gaveta aberta
é o tempo de uso de uma gaveta aberta
é o tempo de uma gaveta em uso
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érica zíngano | francine jallageas | ícaro lira | lucas parente

terça-feira, 22 de setembro de 2009

Te miro. Me preguntas qué pasa, siempre un poco alerta cuando te miro. Te digo que no pasa nada, que te miraba por gusto:

No sé si el amor es un sentimiento. A veces creo que amar es ver. Es verte.

Te miro. Intento verte. No consigo mirarte.

Se me ocurre pensar que tal vez no te amo. Y nada acude con claridad a contradecirme en este momento. Creo, sinceramente, que hubiera podido no amarte. Luego se repite. Tú te equivocas del mismo modo, pero al revés. Debe de pasarte por la cabeza alguna vez que quizá me amas. O más bien que en el sentimiento que experimentas por mí, a veces, podría haber huellas de este amor, por imposible que pueda parecer. Creo que hablo sin decir nada, creo que cuando te suceda, si te sucede, no lo sabrás.

Lo sabré de un modo u otro.

Como los héroes de Henry James, tendrás conocimiento de la historia cuando esté terminada. Te enterarás de la existencia del sentimiento por el exterior de tu vida. Pasará mucho tiempo antes de que llegue a tu conciencia. Todo se modificará en torno a ti, y tú, tú te preguntarás aún por qué. No reconocerás nada. No sabrás nada. Hasta el día en que transformes a tu vez esta situación en un libro o en una relación personal.

Hablamos de la gente en general. Dijimos que todas las personas que veíamos en los bares, los barcos, los trenes, eran inolvidables, incluso si después las olvidábamos. No las de las fotografías de periódicos, ni las de las películas, sino quienes estaban solos en los autobuses o en los bares, de noche, trabajadores o no semejantes todos, derrengados por la jornada transcurrida, igualmente sumidos en la oscura exaltación de la vida interior.

Tu cuerpo y el mío estuvieron en el mismo lugar, encerrados. Tu sueño acudía siempre antes que el mío, dormías bien, lo que me tranquilizaba siempre, porque la noche te llevaba al olvido de aquella existencia que llevabas conmigo y deseabas abandonar.

Y luego me desperté. Te llamé, no me contestaste. Entonces me levanté. Me fui a tu puerta y grité, tal vez dormías, no lo sé, no pensé en ello. Acabaste por decir: ¿Qué pasa? Dije: Quería decirte que no bastaba escribir bien o mal, realizar textos bellos o muy bellos, que eso no bastaba para que fuera un libro que se leyera con una avidez personal y poco corriente. Que tampoco bastaba escribir así, presumir de que se hacía sin control alguno, guiado sólo por la mano, del mismo modo que era excesivo escribir con sólo el pensamiento, que vigila la actividad de la locura. Es demasiado poco el pensamiento y la moral y también los casos más frecuentes del ser humano, los perros por ejemplo, es demasiado poco y es mal encajado por el cuerpo que lee y que quiere conocer la historia desde los orígenes, y a cada lectura ignorar siempre lo anterior a lo que ignora ya.

Te dije también que había que escribir sin corrección, no necesariamente deprisa, a toda velocidad, no, sino según uno mismo y según el momento que atraviesa uno mismo, en aquel momento, lanzar la escritura fuera, maltratarla casi, sí, maltratarla, no quitar nada de su masa inútil, nada, dejarla entera con el resto, no enjuiciar nada, ni rapidez ni lentitud, dejarlo todo en su estado de aparición.

Tú ya no me querías en aquella época. Sin duda no me habías querido nunca. Pensabas abandonarme, para ti era una cuestión de dinero, de ganar dinero —nunca decías ganarte la vida. Y yo andaba ya metida en aquel proyecto del que te había hablado aquel día, el de escribir esta historia, impedida aún por su absoluta presencia debido al amor que te profesaba todavía, pero de todos modos, orientada ya en aquella dirección, la de hacerlo un día. Y tú, que lo sabías todo de este proyecto y de este sentimiento, nunca me hablabas de ello.

Sí, creo que hay cosas así, como esas cartas, que forman parte de los libros de un autor, que están al lado de cosas conocidas y queridas por él, que son indiscernibles de las demás cosas del libro y que a pesar de ello son ajenas a él.

Dices:

Lo que encierra esta carta no puede ser comprendido por el lector. Esa carta debió ser leída una sola vez por un autor que creyó haberla comprendido y que la puso en un libro. Luego fue olvidada por él.

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